Autor: Fernando Musante / Intérprete: Stella Matute /
Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo / Música: Santiago Rosso / Luces:
Carlos Rivadero / Dirección: Santiago Doria / Sala: La Comedia, Rodríguez Peña
1062 / Funciones: martes, a las 21; sábados, a las 18 / Duración: 60 minutos /
Nuestra opinión: muy buena
Una mujer intenta escribir una carta a su hijo, que está
fuera de la ciudad. La muerte de su padre debe ser anunciada de inmediato, pero
ella demora en enviar ese mensaje. La muerte de su esposo la lleva a detenerse,
necesita explorar su vida. De esa manera quizás encuentre la fortaleza para
realizar la acción que se ve obligada a poner en marcha. Los recuerdos van
sumándose. Desde su niñez ha sido preparada para ser reina, y ese compromiso le
ha generado más de una contradicción.
Gertrudis, la madre de Hamlet, aparece aquí descripta en una
dimensión inesperada por los amantes de la obra de William Shakespeare. En el
presente de la acción, su conducta se ve convulsionada por los acontecimientos
detallados en la pieza original. Hamlet padre ha sido envenenado, y ella decide
dejarse arrastrar por un tardío amor hacia su cuñado Claudio. Ni siquiera
imagina los complejos momentos que desencadenarán ambas situaciones.
El texto de Fernando Musante resulta sumamente atractivo;
detalla unos posibles sucesos que han ido dando forma a la vida de esta mujer.
No la juzga: simplemente le permite narrar su historia con extrema sencillez y
sensibilidad. Muy indefensa por momentos, ella siguió los mandatos del poder y
ahora los que dicta su corazón. A través de una puesta de extrema sobriedad, el
director Santiago Doria logra que Gertrudis asome como un ser que experimenta
los más diversos sentimientos y siempre buscando ese justo equilibrio que le
permita sobreponerse al doloroso momento que está viviendo.
Stella Matute construye con mucha intensidad a esa criatura.
Lentamente, va introduciendo al espectador en su universo y logra que este
comience a comprender su acción dentro del reino. Matute juega con los
recuerdos y se pone en la piel de una niña; luego, en aquella reina joven que
debió seguir los consejos del regente Polonio, y más tarde será la encargada de
consolar a la pequeña Ofelia, en el momento en que muere su esposo Hamlet. Cada
situación está expuesta por la intérprete con mucha seguridad, y es así como su
realidad adquiere verdaderamente una dimensión muy diferente de la que bien
conoce quien observa desde la platea.
La escenografía y el vestuario de Alejandro Mateo sintetizan
muy bien el clima de la época, al igual que la música de Santiago Rosso.
CARLOS PACHECO
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