Gertrudis siempre me pareció un personaje flojo dentro de la
obra shakespeareana. Algo falto de vida, no sé, sin razones claras. Un bache
narrativo como muchas de las mujeres que deambulan en la obra del rey del canon
occidental (excepto Macbeth y alguna otra que ahora se me escapa seguro).
Hasta este martes cuando conocí a la Gertrudis de Musante
que encarna fervorosamente Stella Matute.
Un nuevo personaje, una interpretación moderna que aboga,
por qué no decirlo, al feminismo actual del goce.
Una mujer pasional que vivió años reprimida, dormida, sin
conocer el amor de un hombre, en un matrimonio arreglado con un rey que huele a
sangre seca y a sed de conquista.
Estrenar una obra de teatro que apueste a lo clásico desde
la dramaturgia, el espacio, la puesta en escena y la actuación en estos
tiempos, no es para nada descabellado. Pensemos en el fenómeno que despertó
Game of Thrones, donde las figuras de las reinas fueron los personajes más
interesantes, más difíciles de desentrañar.
La ficción popular está mirando a las mujeres, contemplando
sus suplicios, reafirmando sus roles fundamentales a lo largo de la historia.
Esta labor que viene haciendo la vena feminista durante tanto tiempo, parece
que ahora rompió la represa y se volvió un río, una creciente imparable, un
aluvión.
Dentro del contexto clásico, del maravilloso espacio de
puertas y techos gigantescos, palaciegos, del Teatro de la Comedia, se
despliega esta invitación a la alcoba de una reina que repasa su vida, su
infancia, sus concesiones, su forma de amar.
El rey, su esposo, ese hombre hedoroso y desagradable en la
intimidad, ha muerto. Y ahora, ella debe darle la noticia a su hijo, al joven
Hamlet.
Durante la obra la veremos escribir y reescribir una y otra
vez ese mensaje que no se decide a salir del tintero, a dejar la pluma de las
palabras.
Durante la obra veremos una Gertrudis que recuerda a la
Sacerdotisa Roja llena de poder pero con pies de niña y tez prístina de Blanca
Nieves. Una reina de manto carmesí que chorrea como un charco de sangre a su
alrededor.
Un charco que habrá de expandirse a su alrededor, como la
Guerra de Troya desparramó la sangre helénica. Pero esa, claro, ya es otra
historia.
Porque esta reina muestra haber tenido durante toda su vida
un único fin: engendrar un rey. Cargar con un cuerpo objeto, un cuerpo
contenedor, un cuerpo corona. Cuerpo que, sin embargo, sigue siendo ilusión,
deseo incontrolable, ingobernable.
VIRGINIA JANZA
Lic. en Letras - Docente - Poeta
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